
En abril de 2019, ocurrió algo en mi vida. Algo trascendental, aunque por lo que voy a contar quizás no lo parezca tanto. Decidí arriesgarlo todo a un número, a un color, y me compré un iPad, no el modelo más nuevo, pero lo suficiente para tener el primer Apple Pencil (creo que ya existía el de segunda generación).
Cuando era pequeña dibujaba. Imagino, que todos los niñxs dibujan. Pero puede que yo lo hiciera más. Si querían entretenerme y que «no molestara», tan sólo tenían que darme unos lápices y papel. Quizás no es que tuviera ningún don especial para dibujar mejor que otrxs de mi edad, quizás simplemente es que como ya he dicho, yo dibujaba más. Me encantaba, me abstraía, me permitía crear, imaginar, soñar, o recrear dibujos que me encantaban. Para aprender, copiaba mucho, al principio dibujos de Disney, luego manga. Y llegué a aprender la anatomía femenina, la dibujaba sin necesidad de observar referencias.
Garabato en una agenda del colegio.
Dibujaba a todas horas. Mientras estaba en clase, garabateaba, o si el tema no era muy complicado como para perderme, dibujaba cosas más elaboradas, como hadas, chicas sexys, a mis compañeras en estilo manga… Todxs los profesores me reñían, excepto uno, que me animaba a seguir dibujando, curiosamente, el de matemáticas. Por algún motivo, él creía en mis ilustraciones, y además, sabía que las mates se me daban fatal. El resto de profes, me ponían a prueba para ver si estaba atenta a la lección, aunque dibujara, y siempre lo estaba. Yo no entendía realmente qué problema había, para mí era normal seguir la lección mientras dibujaba. Me había acostumbrado a dibujar al mismo tiempo que escuchar, o incluso mantener conversaciones con amigas o a responder preguntas sobre el temario. Es más, me sentía mucho más cómoda así, necesitaba hacer las dos cosas a la vez para concentrarme realmente. Cuando no me permitían dibujar, me distraía y prestaba menos atención, no se me quedaban las cosas igual. Es curioso, pero hasta hoy en día es así.
Pero cuando creces, llegas a ese límite de edad donde tienes que tomar decisiones sobre qué quieres hacer con tu vida, y me equivoqué. Rotundamente. Tenía grabado en la mente como un mantra que «sino eras la mejor en algo, mejor no lo hicieras», en referente al dibujo. Quizás esa idea se me clavó por mi culpa, pero fueron otras personas quienes me hicieron creer que dibujar, era una afición, que sino era la mejor, nunca sería mi profesión. No viviría de ello. Qué absurdo, si en ese momento hubiera sabido que era al contrario, que sin dibujar, no había sentido en la vida…
Dibujo hecho a los 16 años, en clase.
Decidí no estudiar Bellas Artes. Y repito, seguramente, toda esa presión me la puse yo sobre los hombros, y como ya he dicho, la decisión fue mía. Si hubiera decidido lo contrario, hubiera tenido el mismo apoyo (aunque yo, no lo sabía). Mi camino fue por la Publicidad y el MK, pues eran los estudios donde veía que más creatividad podría emplear. Pero odiaba, y sigo odiando, toda la parte del «business»…
Una cosa buena, es que en esa época, descubrí, bueno, re-descubrí, que también me gustaba la fotografía. De pequeña tenía una Kodak creo, analógica, y me gustaba muchísimo hacer fotos. Pero en la universidad ya fue otro nivel. Me gustaba trabajar tanto con analógicas como con réflex digitales. Pero cuando descubrí las maravillas de Photoshop… píxeles venid a mí.

Y estuve mucho tiempo con ella, con la fotografía. Fui reportera y eso me permitió ser fotógrafa en muchísimos conciertos. Juntar la música con la fotografía fue maravilloso. Hice books a modelos, retratos a artistas, cubrí eventos, hice fotografías artísticas por placer… Realmente, lo que más me gustaba, era jugar tanto con la fotografía en el Photoshop (y con un pencil) que finalmente parecía algo más artístico, más fantasioso, más… similar a una ilustración.
Creo que básicamente, me estaba engañando a mí misma. No me gustaba la fotografía, me gustaba retocarla digitalmente y crear algo distinto a la realidad.

Modelo: Marien

Modelo: Sonia Martell
Poco a poco, mi fascinación por la fotografía se fue apagando. Ya no me llenaba, por muchísimos motivos. Seguía con mis estudios de publicidad y marketing, pero ya no tenía nada más creativo en mi vida. Excepto escribir, pero tampoco lo hacía tanto ya, y cuando lo hacía, no era ficción, era tan sólo para desahogarme.
Y aquí volvemos a abril de 2019. Cuando compré el iPad. Para poder ilustrar digitalmente. No fue una compra «impulsiva», llevaba mucho tiempo informándome, había intentado dibujar con tabletas gráficas como la wacom que usaba para la fotografía… Pero el hecho, el momento, el lugar de comprar el iPad y el Pencil, si fue algo… fue un impulso, una corazonada, un ahora o nunca, un lo hago o ya no hago nada.
Desde Mayo del 2019 empecé a tomármelo más en serio, a hacer cursos en Crehana para aprender todo lo que siempre quise y nunca aprendí, empleé la ilustración para hablar sobre el trastorno bipolar, para expresarme de mil maneras…
Y desde entonces no hay ni un sólo día en el que no dibuje. Algo, cualquier cosa, un boceto, una idea, pinto, sombreo, delineo… Bueno, miento, sí hay algunos días en los que no dibujo, pero esos, son días que se pueden quedar en negro en el calendario. Esos días, no existen, porque esos días, no existo.
Dibujo del 2020 recreando el que hice con 16 años.